«Antienvejecimiento cosmético y antienvejecimiento funcional”
Cuando mencionamos la palabra ANTIENVEJECIMIENTO la gente que nos escucha suele evocar la imagen de personas que han cumplido muchos años y continúan manteniendo un aspecto juvenil y un cuerpo en forma. Pocos son los que piensan en la salud y en el rendimiento físico: lo dan por hecho al ver una figura agraciada. Pero muchas veces ese binomio ideal se convierte en reflejo solitario de una cualidad apetecible que deja a la otra aislada por no decir inexistente. Y es que escasa se queda la posesión de un rostro más o menos terso e incluso todavía bonito, acompañado de un físico atlético, de cintura plana y cierta tonicidad muscular, si resultamos incapaces de subir a un quinto piso sin ascensor, transportar unas bolsas de la compra durante más de un minuto o hacer una excursión que obligue a caminar a lo largo de un par de kilómetros. Porque el antienvejecimiento verdadero debe referirse a conseguir y mantener lo bueno de ambos mundos, guardando aquello que podamos de las cualidades referidas a la juventud y hayamos sido capaces de lograr con nuestros esfuerzos. Vale la pena intentarlo. Casi se pueden garantizar los resultados.
Antienvejecimiento cosmético, ¿vale o no vale para la salud?
Ha demostrado ser útil. Existe desde más de tres milenios atrás. Los egipcios, los fenicios y los etruscos ya recomponen dientes perdidos, narices u orejas cortadas en la guerra o como consecuencia de castigos, ojos que faltan, incluso apañan manos y pies de madera. El arreglo se convierte en una ayuda psicológica contra el estrés producido por la carencia de una parte del cuerpo que nos gusta o nos resulta necesaria para desenvolvernos en la vida; su renuevo favorece, por tanto, al sistema inmunológico y beneficia al objetivo de prolongar la juventud; en este caso, no solo aparente, de mera imagen exterior, sino incidiendo de modo positivo en nuestros aspectos funcionales. Conseguir o aproximarse a la fachada que siempre deseamos poseer ha demostrado mejorar la analítica del paciente que se somete a una (o varias) de esas operaciones embellecedoras o reparadoras de presuntos o reales defectos.
Vamos a hacer primero una distinción de dos especialidades médicas que todavía la mayor parte de la gente sigue confundiendo: CIRUGÍA PLÁSTICA y CIRUGÍA ESTÉTICA. La primera se dedica a retocar o incluso reconstruir defectos del rostro o del cuerpo, producidos por accidentes, guerras, quemaduras o cirugías, que muchas veces atacan a la funcionalidad del individuo y pueden repararse mediante esa clase de intervenciones especializadas. La segunda se dedica a mejorar la imagen física de los pacientes, favoreciendo la simetría y el aspecto personal, adaptándolo a los cánones generales (o particulares) de belleza. Ambas, en cualquier caso, requieren del uso de cirugía menor o mayor y de un profesional experto en esos temas.
Antienvejecimiento funcional: ¿Es posible retrasar el reloj del tiempo?
Es lo que más interesa, a todos nos atañe de manera directa, supera incluso al cultivo y la permanencia de esa imagen atrayente que deseamos preservar a lo largo de nuestra vida. El antienvejecimiento funcional implica poder seguir haciendo las actividades físicas de la vida cotidiana que más nos satisfacen y a la vez, necesitamos; me refiero a salir a la calle, poder caminar lo suficiente, hacerlo deprisa si nos vemos obligados a esquivar un automóvil, subir escaleras por lo menos hasta un tercer o cuarto piso, recoger una caja del suelo de 6 a 10 kilos de peso (¡cuidado siempre!, haced el esfuerzo con las piernas, no con los lumbares), llevar en brazos a un bebé, siquiera durante un centenar de pasos, recorrer 300 kilómetros conduciendo un vehículo, pasar una noche de insomnio sin estar deshecho al día siguiente, resistir un día de ayuno completo sin desesperarse…y cosas parecidas. Es lo que vale, lo que los más buscan conservar. Hemos hablado de ello en otros artículos, describiendo lo que debemos hacer para vivir más años mejores (mantenerse durante más tiempo en malas condiciones no es deseable, es mero subsistir; se trata de que la inteligencia y el interés por aprender no decaigan, que el cuerpo acompañe al menos un poco). Lo recordaremos ahora ya que se trata de un programa muy simple; su práctica cotidiana nos favorece, prolonga siempre la juventud: Mandamiento número 1: Controlar el estrés, alejándonos (en lo posible) de situaciones y personas conflictivas o enemigas. Mandamiento número 2: Hacer ejercicio, intentando que este sea (en lo posible*) de alta intensidad. Mandamiento número 3: Alimentarse bien (comer para vivir, no vivir para comer, a no ser que nuestro propósito sea suicidarse dentro de un entorno grato. La película francesa La Grande Bouffe describe jocosa y dramáticamente este escenario de caso), dando preponderancia a las grasas sanas (sin olvidar las saturadas), las proteínas de calidad y los carbohidratos fibrosos de frutas y vegetales, asegurándonos de consumir las vitaminas, minerales, fibra y ácidos grasos imprescindibles, sin olvidar, tampoco, esa serie de suplementos beneficiosos para la salud (Ubiquinona, ácido alfa lipoico, proteína de suero y de caseína, clhorella, glutamina, aminoácidos ramificados, etc…). Estos tres mandamientos se condensan en uno: ser felices mientras movemos el cuerpo y lo nutrimos. Es nada menos que el dogma de la prolongada juventud y la salud que no se pierde. No hablamos aquí de consejos que pertenezcan al reino de la ciencia ficción o sean aún meras anticipaciones de un porvenir escasamente previsible. Se trata de una realidad manifiesta y comprobada. Está a vuestra disposición, queda a la vista en esos campeonatos de atletismo de veteranos en que los participantes llegan incluso a rebasar los 100 años. Los de edades muy avanzadas (hablo de más de 80 años) pueden moverse, correr y saltar a niveles imposibles de igualar por personas sedentarias de 50 años. Algunos, también, presentan una imagen cosmética atractiva. Todos podemos aspirar a algo semejante si seguimos los tres mandamientos de la vida.

¿ES OBLIGATORIO DECLINAR, ENFERMAR Y MORIRSE?
Durante muchos miles de años los seres humanos se debieron hacer esa pregunta. Hace ya más de cuatro milenios, se escribió en la antigua Mesopotamia, sobre tablas de arcilla, el Poema de Gilgamesh, un relato en que el héroe de aquella historia busca la inmortalidad a lo largo de un complejo viaje por el mundo, y regresa decepcionado, afirmando que no morir solo corresponde a los dioses. Desde entonces, sobre todo a partir del siglo XIX, comenzando por el célebre Darwin y su Origen de las Especies, ha habido numerosas explicaciones de por qué las personas nacen, crecen, se desarrollan, se reproducen y declinan a partir de la madurez. Además, está el hecho comprobado de que todos los seres vivos alargan su existencia cuando se encuentran dentro de un entorno protegido, artificial (zoológicos, mascotas, cuidado familiar o en residencia, eliminando así el riesgo externo de luchas entre presas y depredadores, porcentaje elevado de accidentes y hambrunas). Recordemos que los animales en su estado natural (o las personas en las civilizaciones del paleolítico y el neolítico) difícilmente pueden alcanzar la vejez; primero, por perder las facultades físicas que les permiten escapar de peligros; segundo, por disponer de menos defensas ante una infección o una nueva pandemia; tercero, por resultar incapaces de mantenerse y recuperarse y no disponer de nadie que desee cuidarles y protegerles, incluso entre sus más allegados. Acordaos de que el espíritu de grupo se basa en cuidar a todos sus componentes; pero únicamente actúa así siempre que su número no rebase las capacidades de recolección y protección del propio entorno. Los cartujos, asociación cristiana que medita para, posiblemente, intentar la formación de un campo de fuerza positivo de utilidad común, amparan a tope a cualquiera de sus miembros que padezca una enfermedad, pierda las facultades físicas o mentales o necesite la ayuda de otros; sin embargo, actuando de acuerdo a las leyes de la supervivencia, no admiten a tristes, enfermos o ancianos. “Por la caridad entra la peste”, dramático lema de una realidad que asegura que es mejor que se ahogue uno a que lo hagan dos, por haberse metido a auxiliar al que no sabe nadar el que sí sabe. La evolución ordena hacer eso. La especie se protege y evoluciona actuando de ese modo. Hay, sin embargo, una firme esperanza en que la senescencia se pueda ralentizar e incluso llegar a eliminar algún día. Todas las teorías de la evolución, de la misma apoptosis o muerte celular programada, se basan en la escasez y finitud de los recursos, en que los más fuertes y más adaptados se apoderan de la parte sustancial del pastel y dejan las migajas a los otros. Ya hemos hablado del Cyborg, de las células madre, del trasplante de las mentes a un ordenador, de la valiosa aunque todavía no plenamente incardinada en lo práctico,INICIATIVA 2045. Son demasiados signos positivos para no dedicarles nuestra atención y hacerles caso. Hay cada vez más sabios, más simples aficionados y más curiosos trabajando en extender la juventud y reducir y paliar el ataque de las enfermedades. Puede que el sueño de la Humanidad más amplio, más profundo y más duradero vaya a cumplirse pronto e incluso sea retroactivo. El viaje de Gilgamesh tendrá una razón de ser y recibirá la más excelente recompensa.